Esta democracia es perversa, porque en ella se acepta y se otorga el mismo valor, al voto del sensato como al del botarate, de quien se ocupa de cultivarse como de quien vegeta en la sordidez, de quien aspira a la evolución personal y colectiva como de quien se solaza en la vulgaridad y la animalidad gregaria, de quien admira su ombligo y su sexo como de quien embellece su alma, de quien solo tiene ojos para el dinero como de quien sus ojos se humedecen ante las estrellas.
Es imposible que una democracia que tiene por bandera la tolerancia de las carencias, de las anomalías, de las miserias, de los vicios, de las degeneraciones de quienes han de sostenerla, consiga la evolución de la Humanidad.
Lo prueba el hecho que desde 1770 (inicio de las democracias actuales) el progreso aparente experimentado ha sido y es a costa del embrutecimiento – vulgarización, la vegetalización – hipnosis y/o la mecanización – programación de la conducta humana.
Imagen: “La apertura del Parlamento de la Commonwealth” (1901) del pintor australiano Charles Nuttall (1872 – 1934).